Ha sido permanente mi falta de vocación para socializar. Parece haberlo sido también la vocación de los demás para evitarme. ¿Será mi destino el ostracismo? ¿Estaré cavando el hoyo en el que en algún momento he de arrojarme para permanecer allí, tumbado, mientras rezo con fervor porque alguien de fuera llegue –finalmente- a rellenarlo?...
He querido con toda mi energía revertir los signos, empatar, complementarme y bueno... no es posible. Mi mentira y mi afán afloran sobre el rostro como gotas de un sudor frío que expone al mundo mi estado febril e infeccioso. Soy un gran engaño ambulante, el tótem de una tribu extinta que se congeló en un rincón del bosque esperando y al que hoy, todos los recién llegados, se afanan por tirar.
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